Advertencia (Parte 4)

La mañana era húmeda, como si fuera de viento y de sal. Sin embargo, cuando nadie lo esperaba apareció el que debía venir y con su anhelo temerario compartió el sabor de la muerte con quienes nunca habían oído hablar de ella: los muertos.
Entonces la aurora se retiró y las sombras cayeron para siempre en la ciudad encontrada. Sólo supieron del verdor de antaño los que una vez la visitaron, ya rara vez se preguntan los hombres por la vida de aquellos otros que moraron tanto tiempo bajo los montes impenetrables de acacias. Y rara vez suelen contar sus historias, pues un terror les congela la sangre. Era a partir de algún presente que un joven periodista llamado Mauricio Borghi se aventuró en las cercanías de aquella ciudad muerta y descubrió el secreto de la leyenda. Se había logrado un puente con los que aún la habitaban en las formas más escurridizas a los sentidos humanos.
Un cementerio abandonado sobre lo que fue el primer pueblo de Constancia, ahora sólo hay hiedras desbocadas, algunas hojas húmedas que se apoyan en cualquier lado como trapos oscuros y otras resecas que rasgan el cemento cuando un viento visitante lo toca todo por entre los pasillos. Ángeles de piedra, como espantapájaros de este jardín sagrado. Musgo azul y verde sobre los ladrillos apilados, piedras talladas, algunas aún son manos, mil ojos, mil alas o cabellos. Un río torrentoso se puede escuchar cerca aunque no se ve. Hay también una hermosa bóveda en el centro de todo esto y sobre ella un ángel de piedra agobiado de tiempo, anuncia un camino con su índice, también hay otros caminos empedrados que aún no han sido devorados por la vegetación, hay muchos árboles, insectos golosos a cualquier tipo de luz y muchas plantas que insisten a la vida; infinitos corredores de paredes blancas, grises y negras e innumerables nombres, bóvedas y nichos.
Existe una laguna y un río: el Estigia y el Leteo, ambos cruzan ese jardín negro. El Estigia es perezoso y solo viajan en él los muertos que no desean morir. Los recuerdos se compactan como una pesada carga y navegan por él para vivir entre los vivos. El leteo en cambio es torrentoso al principio y finaliza perezoso en el mar, corroe los recuerdos en agua prenatal. En este río viajan los que olvidan y nacen en otro cuerpo y nombre.
Hace veinte otoños, Magdalena, veinte otoños que acaricias la mortaja que cubre tu rostro con dedos que sufren el espanto, delicados caracoles que se repliegan ante el intruso que rodea tu cuerpo. Has muerto joven y tienes algo de tu cabello libre de la mortaja, aun en la intimidad oscura de tu féretro es visible e impresionante así como los árboles se hacen más oscuros que la noche. Seguramente desconocen que has muerto, que deben ser fríos y estáticos. Algunos muertos, como tu cabello, ignoran su muerte y la de todo, vagan ilusionados como un río torrentoso que ya se ha adentrado en el mar y no lo sabe.
Intentar comprender la nada cuando supuestamente se está en ella, cuando se ha apoderado de uno y lo lleva. Pero ocurre que tú Magdalena ya no quieres otra existencia y por eso esperas aquí.
Si supieras Joven mujer que tu rostro está inmóvil, que lo observan pálido y hundiéndose en el ataúd. Sorprendiéndolos una imagen que repliegan desde la profundidad en que emerge, observan algo que ya pertenece por completo al reino de la naturaleza, asemejándose cada vez más a la telaraña humedecida de rocío, a la tierra, al musgo, ya tu espíritu no hechiza todo eso, una fuerza más poderosa ha decretado tu destierro hacia otro lugar, lugar que no es fácil encontrar más que en sueños o pesadillas.
Escuchen el latir frondoso del monte porque es su pena… su corazón es la brisa que corre a pasos ligeros entre las acacias… A nadie se he mostrado, tan sólo el lago dorado la mira en él, le sonríe y las hojas secas se alborotan a su paso.
Nadie ha conocido su bosque y habita en él con los insectos y las aves. Su mundo es caliente a la vista de los desencarnados pero es hielo para los hombres. Es que el hielo suele quemar para el que lo vive mucho tiempo…
Tres son sus sueños y tres se le han olvidado, bebo del olvido y respiro el por qué de su piedad…
Un cuarto sueño ha de venir con la noticia de que su bosque es estático cementerio, paredones ásperos y suave mármol, corredores interminables, flores que también mueren, retratos y nombres en bronce; es el lago dorado que me mira y me sonríe como el tranquilo Estigia…


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