Nada más incompleto que una venganza consumada, sino recordar la historia de Don Alberto de Aceval. Un hijo bastardo del terrateniente mas grande del sur de la provincia. Hombre de total confianza fue nombrado capataz de la Estancia "Villa Hayes" cuando apenas cumplió sus dieciocho años. A tan solo unos pocos kilómetros al norte de Constancia, esta estancia cuenta con mas de cinco mil hectáreas productivas y también con todo el dinero necesario para convertirse en uno de los pocos reinos feudales que existen en el interior. Lo que ocurre dentro de la estancia lo resuelve la estancia, Todo aquello que entraba vivo a la estancia de Villa Hayes jamás salía, salvo que el capataz así lo quisiese. Éste Don Alberto vivió a su brutal estilo y llegó a viejo como el hombre mas poderoso de la zona, aún por encima de la policia y el intendente. Ya desde su juventud. Las violaciones, las torturas y las muertes que había ordenado sobre sus jornaleros lo traían últimamente trasnochado, digamos que desvelado por cierta culpa. Los viejos en algunas ocasiones se suelen poner algo sentimentales. Así andaba el capataz Don Alberto por las noches, medio tristón.
Entonces cuando nada ocurría en la vigilia de éste señor, apareció el vengador. Le susurró al oído con una voz desconocida los errores fatales que había cometido. - ¡Ya no sigas!- dijo el capataz. -Tus palabras van hacia la nada...
Y así fue, porque el vengador tomó su facón preparado con venenos del monte y atravesó el pecho del viejo Alberto. La nada comenzó a entrarle por aquel agujero donde brotaba sangre y tejido.
Como vemos, ese vengador nunca pudo saber el final de su historia. Es que esa porquería del capataz lo interrumpió con una frase incierta mientras se la estaba susurrando al oído.
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