El periodista (Parte 2)
El ya muerto Mauricio Borghi, periodista de la editorial Perfil pasó una vez por el pueblo de Constancia. Según nos contó el dueño del hotel “Las Acacias”, el hombre estaba viajando por todos los pueblos de la provincia en búsqueda de algunas reseñas para su suplemento de turismo
Cuando llegó la primera mañana se encontró con un paisaje chato y perezoso. Pero luego con el correr de los días, sintió que ese paisaje le iba a revelar lo más impresionante de toda su carrera periodística.
Una mañana mientras desayunaba sobre el único bar que está frente a la plaza, alcanzó a oír una interesante conversación: “Detrás del monte de acacias (o entre el monte de acacias no escuchó bien) estaba emplazado el primer pueblo de Constancia. En la gran inundación de 1913 las aguas rebalsaron el Estigia y lo anegaron todo durante interminables diez años. Otro murmuró algo sobre una leyenda de la época (al parecer ya conocida por todos en el lugar) de que por aquella inundación, innumerables tipos de joyas comenzaron a salir a flote por los campos de cultivo. Daban ya por hecho de que el origen de esas joyas provenía de algún mausoleo del cementerio. Todos también apostaban que había muchos más tesoros allí y que pertenecieron a Juan de Vergara, un reconocido contrabandista del siglo XVII sepultado en alguna tumba bajo algún nombre apócrifo. Alguno murmuró algo sobre una maldición. Pero lo que verdaderamente le interesó a nuestro periodista, aunque no lo crean, fue el comentario tímido, casi inadvertido de un joven jornalero de la estancia Villa Hayes. El dijo claramente (y nadie lo contradijo ya fuera por miedo o por aprobación) que en el primer cementerio de Constancia los muertos le contestan a uno todas sus preguntas, si bien uno las hace con la voz fuerte y sincera”.
Esa afirmación hizo que el periodista no pudiera dormir esa noche, las supersticiones de pueblo nunca lo apasionaron ¿Por qué entonces? Por su profesión quizás, llevaba ya años consigo el inherente habito de preguntar, imagínense la pasión que lo movía al saber que él podía llegar a preguntarles a quienes la muerte asumía como prisioneros. El joven jornalero había asegurado como un hecho, que aquel cementerio tiene la particularidad única de responder con voz clara a las preguntas de los vivos.
El pensamiento estaba enloqueciendo a Borghi entre las sabanas del hotel. Era aun de noche y el periodista cometió el error de sentarse en la cama, comenzar a vestirse, bajar las escaleras y subir a su auto rumbo a esa primera Constancia de la que los parroquianos hablaban.
Fue por esa razón que tuve el destino de conocerle. Su auto se había estancado en el barro y la oscuridad apenas había salido del pueblo. Mi casa y mi taller de herrería en las afueras fue lo que más tentó a Mauricio Borghi para ir en busca de ayuda. Seré breve y no contaré las presentaciones, los esfuerzos por sacar aquel automóvil del barro, las confidencias ni tampoco las razones por las que también me embarqué en su viaje hacia el primer pueblo y su cementerio.
Uno presentía al primer pueblo de Constancia como de alguna forma uno presiente que está llegando al mar, ese sonido inquietante de las acacias entrechocándose en el siempre viento sur es idéntico al de las mareas y las rocas. Los innumerables perros con nombres pero sin dueño, las calles arruinadas que lo llevan a descampados donde se alcanza a divisar algún abandonado emprendimiento lácteo o avícola. Los bustos de próceres fabricados en serie y traídos de lugares ajenos tienen también sus nombres en las calles, en las escuelas, en su único hospital.
Llegar con ese periodista a la primera iglesia y a la primera plaza no fue fácil, el ultimo kilometro tuvimos que hacerlo de a pie. Un monte espeso de acacia negra había ocupado todo por muchos kilómetros, por muchos años. La acacia negra es un árbol particular de la zona. Al parecer las grandes vainas que arrojan esos árboles son el deleite de la vacas. Los animales defecan sus semillas por todas partes y crece como una maleza espinosa y odiada por todos.
Pueblo chico, honor y deshonor se adhiere a las familias como resina. El silencio conmueve a los muertos en sus lapidas, cal y cemento para esos muertos, flores de plástico muestran unas visitas recientes desteñidas por el sol, una frase repetida que reclama paz entre los pasillos. ¿Pero que nos dirán del pueblo los que allí descansan? Se preguntó curiosamente en voz alta el periodista Mauricio Borghi ...
La respuesta pudo tardar mucho, como si la muerte no solo hubiese entumecido sus miembros sino también los recuerdos. Todo es tan confuso como si la muerte en realidad no fuera sino fiebre y veneno en el collar del tiempo. Sin embargo para sorpresa y espanto del intruso las voces fuertes y claras de los muertos respondieron: “Constancia silencia viajero, sigue tu camino”
Una pregunta mas hace el periodista, esta vez con la voz entrecortada." - ¿Elegirían los muertos? Antiguos moradores del pueblo de Constancia ¿Elegirían este pueblo si volvieran a nacer?"
¡Sí! Susurran muchos, algunos callan indiferentes, solo una voz, una voz joven de mujer exige que no...”No, ya no”
"- ¿Por qué no quieres? ¿Cómo te llamas? " preguntó Borghi.
Ella vuelve al silencio, pero todas las direcciones del primer cementerio la conocen y la nombran. La llaman misteriosamente con diferentes nombres. ¿Qué les ocurre a los muertos que están tan alborotados? Entendimos luego por alguna gracia lo que los muertos nos estaban diciendo. Tres nombres fueron pronunciados. Aquella joven había nacido muchas veces en este pueblo, tres veces. Supimos también que la terrible maldición que cae en este pueblo al sur de la provincia de Buenos Aires, es por culpa de esa joven de los tres nombres.
Más adelante pasaré a contarles desde la primera hasta la última de sus vidas en Constancia y también les contaré lo que fue de aquel periodista de la editorial Perfil.
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