Las procesiones (Parte 12)

Nunca supe bien si el nombre de Fierro con que me bautizaron después de la tragedia en el Leteo se debió realmente a mi oficio o a ese entrañable personaje de José Hernández que iba huyendo por las pampas. Nadie supo decirme mucho de mi pasado aunque a veces me persigo de que todos se prometieron por algún motivo no decírmelo, como si una conspiración, un acuerdo se haya cerrado susurrante en toda Constancia para no señalarme quien fui. Sospecho y temo de que callan en alguna forma para cuidarme de mi mismo. No me preocupo, no se preocupen, Constancia es malísimo para guardar secretos.
De todas formas esa mañana no era lo que necesitaba saber. Me acerqué al bar el trompezón, que esta frente a la plaza del pueblo, en el que siempre hay gente hablando fuerte y uno se entera de todo. Tenía que saber concretamente quienes fueron los antiguos dueños de la casa que hoy habito.
La vez que me sacaron de las aguas me tuvieron una semana en una cama del hospital. Me dieron un nombre, me buscaron un oficio y me consiguieron unas herramientas para trabajar, luego me ofrecieron esa casa abandonada en las afueras del pueblo, una casa desvencijada con ladrillo y adobe.
Recuerdo que al verla por primera vez me dio la impresión de que aquella casa con plantas creciendo desde las paredes y por el techo, desde las baldosas y la bomba de agua, desde el pozo del baño, entrelazándose por entre los fierros de una cama gigante en el medio del patio, apretando contra las paredes de una habitación a un espejo ovalado en madera, completamente oxidado aun nos intentaba reflejar algo. Me pregunté lo mismo que ahora ¿A quien perteneció todo esto que me ofrecen? A que rostros y a que cuerpos habían servido ese espejo y esa cama... pero ya había preguntado mucho.
Desde que salí del hospital llevaba preguntas para todos lados como uno de esos chicos que empiezan a descubrir el mundo y atosigan incansables a sus padres. Aprendí con el tiempo de no juntarme mucho con la misma persona para no aburrirla con mis preguntas, pero no fue suficiente, con el tiempo mi cara se hizo una más en Constancia y mis interrogatorios ya les parecía de lo mas tedioso. También tenía la precaución de preguntarles la misma pregunta a varios para saber si sobresalía alguna contradicción en sus repuestas. No la había, nadie sabia mucho de mi más que el dato preciso de que había llegado una madrugada desde la Capital Federal. Mi presencia con el transcurso de las semanas paso de ser novedosa e intrigante a ser una presencia insoportable. Noté que con el tiempo los vecinos comenzaban a evitarme, los negocios se cerraba en un silencio incomodo cuando los visitaba. Los parroquianos del bar trompezón que ofician de charlatanes profesionales se angustiaban y se embroncaban cuando me veían cruzar por la plaza " -Ahí viene el pesado amigo tuyo.... - ¡Tú amigo!", le respondía el otro.
Pero en un momento, no recuerdo cual, mi presencia volvió a ser grata, le encontraron a mi olvido y a mi inocencia un fértil terreno para la invención. Mi ignorancia era motivo de burla y terminaron con el tiempo concibiéndome cosas de la historia universal o de mi vida que nunca habían ocurrido. Le encontraron la vuelta y entonces para mi desgracia todos comenzaron a buscarme para algún tipo de conversación. Descubrieron entre todos y sin quererlo el artilugio de la mentira para hacer mi presencia la más esperada y divertida en todo su doméstico día.
Constancia se recreaba sin remordimientos de aquel porteño amnésico, hasta de los más chicos se esperaba una mentira ladina cuando me ponía a hablarles. Vivía en todo momento un dudoso presente. Conmigo mezclaban ellos la mentira y la verdad a cada momento con total impunidad. Todo lo que sé hoy en día es por este pueblo que me adoptó como a un niño y me terminó tratando como tal.
Una vez en mi persecución llegué a fantasear que en el pueblo habían elaborado una serie apócrifa de publicaciones locales para engañarme. Era un nuevo semanario local llamado "La Voz de Constancia" y comenzó a entregarse gratis en nuestro único puesto de diarios. En aquel semanario se leían noticias extravagantes de avistamiento extraterrestre o el de simplemente inventarle otro final a la segunda guerra mundial, donde los nazis llegaban victoriosos a la Argentina.
El diariero tentado de risa una mañana no pudo aguantar la treta y me lo confesó ahogado de felicidad. Realmente todo fue como lo había pensado, "La Voz de Constancia" era una mentira que habían ideado y entretenido a todos durante semanas.
La maldad no busca solo la mentira, porque la mentira en su soledad no podría ser. Y la mentira busca entonces la fértil verdad para germinar en lo que realmente busca: el caos. El caos se aferra a la verdad como aquellas hiedras sujetan al espejo ovalado en la casa apartada donde vivo. El caos es la mezcla confundida de la verdad y la mentira y así nos atrapa como un tumor que solo crece con los días.
Por eso, les afirmo que no todo lo que se publicó en la "Voz de Constancia" fue falso. Durante semanas salió una publicación hermosa, un informe detallado para atraer mi atención, la historia real sobre la casa abandonada de las afueras y sobre sus antiguos moradores. ¿Sus nombres? María se llamaba ella, Gabriel se llamaba él. Los dos eran trabajadores de la estancia Villa Hayes y que el finado don Alberto Aceval había ordenado sobre ellos injustamente la muerte, ambos fueron asesinados impunemente frente a la indiferencia de todos. La maldición entonces se empezó a madurar sobre las noches y bajó a los moradores de Constancia, Todos sin distinción son asfixiados por pesadillas terribles. La maldición los tortura en su conciencia y en su pavor, los mantiene expectantes sobre las noches rogándole protección a su dios y a sus santos. Los rumores se dispersaron a simple vista. El pueblo vecino de "Centinela del mar" o el más distante "Mar del sud" ya llamaban a Constancia el pueblo desvelado.
El padre Juan Martín decretó entonces la emergencia espiritual y organizó enormes procesiones desde la plaza del pueblo hasta esa casa de las afueras. Pero los incontables padrenuestro no tuvieron efecto, la bestia oscura del remordimiento seguía arrastrándose aun con más fuerza, como si estuviera hecha de una brea pegajosa que en las noches creciera alimentándose solo de hipocresía e impunidad. Como suele pasar en una desesperación general, comenzaron a tener voz aquellos que siempre fueron desestimados por las autoridades. Y así, Una curandera experimentada en estos casos sentenció acertadamente dos soluciones: Los dos espíritus dejarían en paz las noches de Constancia cuando se haga justicia sobre sus muertes o bien, cuando se encuentre a alguien para habitar en su antigua casa. Cualquiera de esas dos acciones curarían a Constancia de aquel mal. Entonces el pasado ya no bajaría mas de aquella casa para pedirles explicaciones. Se quedaría esa imprecación mostrándose solo a quien allí habite.
Lo primero que dijo la curandera no se podría ¿Qué mortal se atrevería a ajusticiar a Don Aceval?... Pero lo segundo si y la ofrenda les llegó una madrugada desde la Capital Federal. Todas las autoridades supieron entonces que hacer y se manejaron cómplices en el silencio.
Yo era esa ofrenda que calmaría a la bestia.




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