El milagro ocurre y la joven muerta parece contestar al visitante. Detrás de la mortaja Magdalena habla:
Aun así mi Elías… estoy desconcertada en la inmensidad helada de este universo, que como el vapor tibio de la boca viva se mueve con la esperanza de llenarlo todo.
Llévame de este lienzo que me pierde, violín que se despluma y muere viejo como el árbol que fue y el ave que lo habitó.
Sobre los mármoles descansan solitarias las cáscaras de una caricia o de esa tenaz puñalada que nos hundió en otra vida.
Este lugar sagrado está lleno de pacientes manos, las presiento detrás de todos estos mausoleos, nichos y tumbas. Sobre los mármoles, se extinguen silenciosas manos que fueron la belleza donde danza el mundo, manos de obreros, manos de poeta, manos de madres, manos de novias que nunca fueron y tejen, manos terribles de asesinos, de borrachos padres, manos oscuras y temidas. Habrá manos de viciosos símbolos y la de aquel que pulió mi corazón en delicadas llamas nocturnas, noches que se expanden como si aspiraran del mundo y sus historias. Pasa tu mano por entre las terribles rejas que nos separan, como hace veinte años, como hace mil vidas, toca otra vez mi mano compañera, mi más querida.
Siente el calor del muerto, toma su mano ardiente y posa en ella tus penas, el corazón te es dado para que al fin llores, pidas la misericordia, la justicia, el sueño. Aguas que se aclaran en el momento en que me miras. ¡Ay! Si supieras que el olor a hojas secas no se quita, si supieras que su rasguido por el cemento me causa un dolor insobornable… Te tengo que susurrar mi sonrisa, te debo mi entraña doliente, las estaciones de tren y los pestañeos son de tu mundo, en el mío no existen, pues nada puede interrumpir tu rostro ¡Mas las leyes de este lugar son irrevocables y mis manos ya no me responden!
Llévame de este lienzo que me pierde, violín que se despluma y muere viejo como el árbol que fue y el ave que lo habitó.
Sobre los mármoles descansan solitarias las cáscaras de una caricia o de esa tenaz puñalada que nos hundió en otra vida.
Este lugar sagrado está lleno de pacientes manos, las presiento detrás de todos estos mausoleos, nichos y tumbas. Sobre los mármoles, se extinguen silenciosas manos que fueron la belleza donde danza el mundo, manos de obreros, manos de poeta, manos de madres, manos de novias que nunca fueron y tejen, manos terribles de asesinos, de borrachos padres, manos oscuras y temidas. Habrá manos de viciosos símbolos y la de aquel que pulió mi corazón en delicadas llamas nocturnas, noches que se expanden como si aspiraran del mundo y sus historias. Pasa tu mano por entre las terribles rejas que nos separan, como hace veinte años, como hace mil vidas, toca otra vez mi mano compañera, mi más querida.
Siente el calor del muerto, toma su mano ardiente y posa en ella tus penas, el corazón te es dado para que al fin llores, pidas la misericordia, la justicia, el sueño. Aguas que se aclaran en el momento en que me miras. ¡Ay! Si supieras que el olor a hojas secas no se quita, si supieras que su rasguido por el cemento me causa un dolor insobornable… Te tengo que susurrar mi sonrisa, te debo mi entraña doliente, las estaciones de tren y los pestañeos son de tu mundo, en el mío no existen, pues nada puede interrumpir tu rostro ¡Mas las leyes de este lugar son irrevocables y mis manos ya no me responden!
Dios lo quiso así y entonces mi cuerpo incorrupto te esperó para recibir tu perdón. La soledad de este recinto me veló paciente, te esperó reteniendo como aliento el último silencio. Es que debías verlo pese al grito desesperado de mi espanto, debías dejar en él tu nombre y el mío para siempre. Sin eso nunca podré partir ¿Pero qué es lo que te ocurre? Caminas con la primavera entre las manos pero tu mirada aún es otoño ¿por qué mi amor no me miras aún? ¿Por qué me has dejado ir aquella noche sobre los techos de la primera casa y no en este oscurecer en que todo ya es tarde? ¿Acaso es la esperanza, esa íntima amiga, ese consuelo, esa trampa? Entonces mírame, que te veo con mis ojos que ya no son, cúbreme por favor con tu nombre, en esta despedida de cien vidas y un decidido aliento, cobíjame y que el frío no entre, arrópame con tu nombre de cien soles ¿no lo recuerdas? tomábamos los escarabajos negros y escapábamos en su suicidio, corazón de lenguas vivas que te cantan. Pero ahora, justo ahora el ángel de piedra comienza a replegar sus alabardas y la humedad se puebla de antiguos seres que toman el control: mi cuerpo se desmenuza solo en la privacidad del enterrado como un lento suspiro.
Las cosas no tenían nombre hasta que conocí el tuyo. Aquella vez que hablabas de luciérnagas y constelaciones yo te reconocí, estiré mi mano hacia tu rostro amigo, esta vida nos volvía a unir como hermanos y el terror nos consumió. Tengo la inquietud de si es que te nombro o si me pones tu nombre entre mi boca y la lapida.
¿De qué sirve Elías, que tome otra vida? ¿Tú no logras recordar que estas regresan con la tragedia? Te suplico mi vida más querida, que sueltes mi nombre, que lo abandones de una vez entre las alas de quien se despide del mármol y la mortaja.
Rompe el silencio como una prueba de tu piedad ya que ahora tú tienes cuerpo y a mí se me ha borroneado. La esperanza en la ciudad del alma que el ladrón sitia, nunca será la propiedad del manto y la mortaja. Recuerda que los muertos sólo suspiran una vez y para siempre. Mi querido Elías te ruego que me des ya tu silencio, abandona nuestros nombres en este lugar que ya debo destejerme, desmoronarme.
¿De qué sirve Elías, que tome otra vida? ¿Tú no logras recordar que estas regresan con la tragedia? Te suplico mi vida más querida, que sueltes mi nombre, que lo abandones de una vez entre las alas de quien se despide del mármol y la mortaja.
Rompe el silencio como una prueba de tu piedad ya que ahora tú tienes cuerpo y a mí se me ha borroneado. La esperanza en la ciudad del alma que el ladrón sitia, nunca será la propiedad del manto y la mortaja. Recuerda que los muertos sólo suspiran una vez y para siempre. Mi querido Elías te ruego que me des ya tu silencio, abandona nuestros nombres en este lugar que ya debo destejerme, desmoronarme.
(Magdalena silencia)
Como aquella tarde en que los dos niños caminaban de la mano por este cementerio de Constancia, la tragedia regresa y siembra la muerte en los pensamientos de Elías. Temblando de espanto él decide ir a buscarla hacia ese mundo incierto.
Dedos que sienten el latir de los muertos en fortalezas donde los apilan. Mano va hacia un muro que la separa de otra mano tendida y muerta. La mano viva aunque hecha con lo que se hacen las sombras, presiente a la otra y recuerda en ella cielos con un tinte a encuentro.
Dedos que sienten el latir de los muertos en fortalezas donde los apilan. Mano va hacia un muro que la separa de otra mano tendida y muerta. La mano viva aunque hecha con lo que se hacen las sombras, presiente a la otra y recuerda en ella cielos con un tinte a encuentro.
(Los muertos le hablan a una Magdalena que ya se está yendo)
Siembra, siembra ya tu próximo cuerpo que las luces lo hacen brotar, el germen brota hacia el calor. Cualquier tipo de lugar es el lugar. No se puede encontrar el hombre que debe despertar, todos son devorados por lo que no se ve ni se siente realmente, por lo que anda por el mundo con pies de tiempo.
Extraño la forma en que mirabas el silencio del fuego, el silencio de los párpados cerrándose para siempre, habrá una última vez que tú juegues con el aire de los espíritus, sopla al rostro de los que sueñan una próxima vez, la vez en que despierten con las vicisitudes de un querer antiguo, antiguo como sus almas.
Extraño la forma en que mirabas el silencio del fuego, el silencio de los párpados cerrándose para siempre, habrá una última vez que tú juegues con el aire de los espíritus, sopla al rostro de los que sueñan una próxima vez, la vez en que despierten con las vicisitudes de un querer antiguo, antiguo como sus almas.
Encuentra la luz que brota de un fuego muerto, busca esta vez la vez en que la brasa exhala su último calor, la tibieza que lo abandona para siempre, toma con tus manos de otro mundo el cuerpo que ha de resquebrajarse en ciento de miles de deseos. Comienza a posar tu oído en el susurro de la ceniza, escucha la perpetuidad de las almas y la fugacidad de los rostros y su nombres, los rastros.
Desteje tu cuerpo, tendones que se sueltan como cuerdas de un instrumento exhausto, desata los músculos, levanta el manto de tu piel, tejido desmembrado, pliega tus huesos, entrega tus entrañas a la pululación de las entidades secretas que devoran la carne usada, entrega todo aquel artilugio que te fue dado al fuego de las tardes y a la luz transpirada de la luna. Levántate como un espíritu que vuela de su soledad.
Le convidaste de tu vida y te lo agradeció para siempre iluminado con sus ojos de la última niñez. La palabra enamorada nunca se hace voz y toma el silencio fértil como una liviana y eterna mortaja. El revoloteo de las cosas jamás dichas llena hasta el último espacio del panteón. Ya no cabe un sólo aleteo más y el verbo muere sólo e inútil.
Desteje tu cuerpo, tendones que se sueltan como cuerdas de un instrumento exhausto, desata los músculos, levanta el manto de tu piel, tejido desmembrado, pliega tus huesos, entrega tus entrañas a la pululación de las entidades secretas que devoran la carne usada, entrega todo aquel artilugio que te fue dado al fuego de las tardes y a la luz transpirada de la luna. Levántate como un espíritu que vuela de su soledad.
Le convidaste de tu vida y te lo agradeció para siempre iluminado con sus ojos de la última niñez. La palabra enamorada nunca se hace voz y toma el silencio fértil como una liviana y eterna mortaja. El revoloteo de las cosas jamás dichas llena hasta el último espacio del panteón. Ya no cabe un sólo aleteo más y el verbo muere sólo e inútil.
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