La vuelta (Parte 10)

El día se hizo presente y el sol replegó a la sombras por algún tiempo. Me quedé sentado con Mauricio Borghi sobre una lápida antigua de mármol y bronce. Mi compañero como adivinando mis pensamientos bromeó
- Constancia es supersticioso hasta para los saqueadores ¿No le parece?
Después buscó tranquilo las llaves del auto y me las ofreció. Estaban embarradas con las frutillas silvestres con que Borghi puerilmente había llenado sus bolsillos durante el camino.
- Usted ya vaya mi amigo, yo me quedo
Presintiendo algo oscuro en sus intenciones le dije
- Yo lo acompañé en la ida, ahora usted acompáñeme en la vuelta.
Mi treta se adivinó sola y nada más me sonrió, se puso de pie y se fue alejando despacio
- ¿Qué va a hacer acá Borghi? ¡Vamos, vengase conmigo!
No me contestó la pregunta ni hizo caso a mi orden, ni siquiera se dignó a voltearse. Se perdió en la parte del cementerio en que las acacias y sus espinas lo habían devorado todo. Allí las voces de los muertos deben ser más fuertes, pensé, ese camino lleva a la locura. ¿Pero que podía hacer yo en ese momento? El camino de toda su vida ya fue en sí el canto mismo del delirio. Toda su vida enamorado de su media hermana, otra búsqueda para él, otro nombre para él, un suicidio revelado y luego las voces de los antiguos que prometieron tres nombres. Solo uno fue nombrado aquí en voz alta, faltan dos, pero ese no es mi problema. Por lo menos no lo es en este momento.
Después de caminar por casi una hora por el sendero estrecho que permite el monte llegué hasta el auto de Borghi. Comencé a bajar al pueblo con muchas sensaciones cruzadas y un sentimiento fuerte de culpa por haberlo dejado, pero sobre todo el miedo sobresalía. El miedo a los muertos que murmuran, el miedo a que el periodista Borghi cometa el predecible acto de terminar con su vida, el miedo de andar conduciendo su auto, el miedo a la represalia de su padre Alberto Aceval. Así, con miedo,finalmente tuve la estúpida decisión de no parar en mi casa de las afueras. Sino de seguir hasta el pueblo y entregar ese auto y su historia al mismo comisario de Constancia.
Así pensé que debía terminar todo esto, pero llegando a la plaza me traspasaron tres camionetas policiales a velocidades muy altas. Pertenecían al partido de Lobería. Otras más adelante tenían marcada la jurisdicción de Gral. Alvarado. Perturbado estacioné de inmediato y comencé a andar de a pie por la cuadra que esta frente a la plaza
-¿Que pasó Morel?
Le pregunté a un policía de Constancia que reconocí charlando con los parroquianos.
- Qué haces Fierro ¿no te enteraste? Lo mataron a Don Aceval ayer a la noche
- ¿Cómo?- Pregunté. El cabo Morel me observó por unos segundos el barro y el agua desde el pantalón hasta los zapatos, siguió hablándome con voz tranquila.
- Esta toda la Hayes cerrada, ahora están viniendo policías de todos lados, estamos buscando cualquier información Fierro. Si viste o escuchaste algo...
- ¿Pero ya saben quién pudo haberlo matado?
- Por ahora se dice que fue un peón, sospechan de un correntino que lo trajeron hace un año para trabajar en la Villa Hayes con su familia. Al parecer don Aceval le había echado el ojo a su mujer y ya sabes cómo era el viejo.
-¡Un viejo de mierda! Murmura uno desde una mesa en el rincón del bar. Todos hicimos como si no lo hubiésemos escuchado, Don Aceval imponía respeto hasta de muerto.
-Además te digo que fue un peón de confianza por esto- continuó Morel señalando su índice - fue de noche y los perros fieros con los que don Aceval salía a cazar jabalíes estaban todos sueltos, nadie los escuchó ni siquiera ladrar. Entró por la puerta principal sin forzarla, sabía que el viejo en ese momento estaba abriendo su caja fuerte y lo mató de un cuchillazo certero en el pecho.
Morel se me quedó mirando con una media sonrisa, luego con aires de superioridad los miró a todos y casi susurrando continuó
- Ya está, para mí fue el correntino, él tenía también la tarea en la estancia de alimentar a los perros.
- Bueno, yo me voy, tengo unas cosas que hacer.
Me despedí de todos bajito y pausado, así como hablaba el cabo Morel.
-¡Chau Fierro! lo único que no pudimos encontrar es el arma y la guita del viejo.
-¡Si encuentro el cuchillo te aviso!- le grité- ¡La plata vemos!
Todos en el bar comenzaron a reírse, yo solo pensaba en volver al auto para comprobar aquello de lo que estaba ya seguro. Tomé todas las precauciones para no ser visto y abrí el baúl. Allí estaba el facón ensangrentado y un bolso con lo que debía ser el dinero del difunto viejo Aceval.
Además de todas las maldiciones ya encontradas, el infeliz de Mauricio Borghi o Elías Aceval había matado a su padre.


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